La libertad económica como palanca de prosperidad

Puerto Rico debe liberarse de permisos lentos, licencias excesivas e impuestos altos para transformar su potencial productivo en crecimiento real, opina Francisco Rodríguez Castro.

Vista de los muelles en San Juan (carlos.rivera@gfrmedia.com)

Toda nación enfrenta un momento decisivo en el que debe escoger entre arrastrar las fallas del pasado o comprometerse con un cambio verdaderamente transformador. Puerto Rico vive ese momento ahora. Tras dos décadas de estancamiento, migración masiva, fragilidad institucional y pérdida de confianza, la Isla posee —paradójicamente— la base industrial más poderosa del hemisferio occidental. Ese potencial, sin embargo, no se ha traducido en prosperidad amplia ni sostenida.

La explicación no es estrictamente económica. Es institucional.

Los datos lo revelan con claridad. Con un 46.3% de su producto interno derivado de la manufactura, Puerto Rico supera a Alemania, Corea del Sur y Singapur. Exporta más de $63,000 millones anuales en dispositivos médicos, biotecnología, farmacéuticos y componentes aeroespaciales. Su Índice de Gerentes de Compras (PMI) supera de forma consistente al de Estados Unidos, evidencia de un ecosistema industrial robusto y resiliente.

La pregunta inevitable es: ¿Cómo un país con una base productiva de ese calibre continúa estancado?

La respuesta la ofrece la evaluación de libertad económica del Fraser Institute. Puerto Rico ocupa la posición número 51, última entre los estados y territorios, con una puntuación de 2.13 —un 60% por debajo del promedio estadounidense. Es un diagnóstico estructural. La Isla exhibe el peor desempeño en gasto gubernamental, impuestos y libertad laboral, y queda última o empatada en siete de las diez variables evaluadas.

Esto no es teoría. La falta de libertad económica se manifiesta en una participación laboral de 45.1%; en ingresos per cápita 60% menores que el promedio de EE. UU.; en un nivel de pobreza de 45%; y en un 47% de hogares que dependen del PAN para poder alimentarse. Son síntomas de un sistema dominado por permisos lentos, licencias excesivas, controles de precios, intervención estatal desmedida, impuestos altos y una burocracia que desalienta la inversión y la creación de empleo.

Aunque la economía muestra crecimiento en ciertos periodos, casi siempre proviene de estímulos externos. Una vez se agotan, la Isla retorna a su tendencia desde 2006: crecimiento bajo, frágil y dependiente.

Sin embargo, 2025 marca un punto de inflexión. La ola global de relocalización de manufactura —impulsada, entre otros factores, por la Tarifa Universal de Importación del presidente Trump— ha reposicionado a Puerto Rico como un eslabón estratégico dentro de la red industrial estadounidense. Entre febrero y octubre de 2025, la Isla atrajo $2,060 millones en nuevas inversiones: el mayor auge industrial desde la década del 1990.

Este impulso convierte a Puerto Rico en un activo geoeconómico clave para Estados Unidos. Producir bienes esenciales en territorio estadounidense, bajo regulaciones federales y sin exposición a tarifas globales, convierte a la Isla en un pilar de resiliencia nacional.

Sin embargo, la transformación verdadera dependerá de decisiones internas.

Las 12 Metas Transformadoras para Puerto Rico 2030 —elevar la participación laboral a 60%, crear 300,000 empleos, lograr un crecimiento real mayor del 4%, aumentar el ingreso mediano en 40%, modernizar el sistema energético y legislar libertad económica plena— ofrecen una hoja de ruta clara, medible y alcanzable.

Con libertad económica —plena y sostenida—, la economía podría expandirse aceleradamente: el PIB nominal pasaría de $125,800 millones a cerca de $190,000 millones para 2030, y podría duplicarse para 2040. Sería la etapa de mayor prosperidad moderna de la Isla.

Puerto Rico no carece de capacidad; carece de libertad. No necesita rescatar su economía, sino liberarla. La historia demuestra que las naciones progresan cuando su gente decide que el potencial ya no es suficiente.

El futuro de Puerto Rico no se escribirá en las estrellas, sino en las decisiones que tomemos juntos —aquí y ahora— para establecer y alcanzar la agenda que definimos hoy.

Este artículo fue publicado originalmente por El Nuevo Dia.

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