FOTO: Orlando Hernández, foto periodista de Telenoticias (Telemundo)
Las revoluciones socialistas no cunden en épocas de miseria y pobreza como uno esperaría que así fuera, sino durante la prosperidad y el progreso. Para saber esto solo hay que volver la mirada hacia la historia que nos recuerda que los movimientos esenios (socialismo primitivo) coinciden con el momento álgido del Imperio pax augusta.
Por no decir que las tesis de Marx y Engels se cuajaron al abrigo de la máquina de vapor. A la revolución francesa le pasa tres cuartos de lo mismo. Explotó en el momento en el que el campesinado francés experimentaba el nivel de bienestar más alto de toda su historia. Esta tesis también se cumple en América. Solo hay que prestar oídos a la Cuba castrista y a la Venezuela de Chávez. Ambas explotaron en el mejor momento económico de cada una; la isla durante el ciclo de Batista, la segunda durante el boom de los noventa. Sin embargo, ninguna revolución socialista ha cuajado en el África pobre donde la pobreza y la miseria campan a sus anchas. Pareciera ser que el socialismo desaparece cuando cunde la miseria, ¿será porque es ella misma la miseria? Hay tres razones que doy aquí para explicar por qué cuando la gente empieza a vivir mejor se autosabotea abrazándose al socialismo.
Y son: el miedo, la envidia y la angustia. El miedo a perder lo que se ha ganado, sentimiento que va en boga con la prosperidad. Nadie tiene miedo de perder lo que no tiene. La envidia cunde cuando a las ganancias de uno se contraponen las ganancias de otros haciéndolo en mayor medida o rapidez. Donde no hay ganancia no hay envidia. Lo mismo le atañe a la angustia, sentimiento que se pone a prueba cuando lo ganado es susceptible de perderse en cualquier momento o redoblarse, llegado el momento. Tampoco se espera angustia donde no hay nada que perder. Con el fin de aliviar la pesadumbre del miedo de la angustia y de la envidia muchos se abrazan alegremente a una autoridad que ponga orden, que controle, que achique los exabruptos que la riqueza suscita en el alma humana. Siguen el remedio totalitario de cortar por lo sano y ante un dolor de cabeza acaban con la cabeza para dar fin al dolor.
Así buscan hacer con los dolores de la prosperidad, que, en lugar de ir a la raíz del asunto cortan el tallo de la prosperidad misma. Aferrarse a esta actitud implica asumir un precio tan destructivo que solo alguien fuera de sus cabales lo daría por bueno. A la vista de lo presente, ¡Cuánto loco pulula por el mundo! Déjame que remate este artículo exhortándote que son pocas las veces por no decir ninguna que el socialismo haya satisfecho, aunque fuera por un momento, los deseos de aquellos que se aferran a lo gratuito como modo de vida.
Donde no hay precio uno mismo se convierte en el precio. ¡No lo olvides! Y si no estás en condiciones de percatarse de esta realidad, entonces es porque has dado por bueno dar por vencida tu voluntad por un plato de lentejas. Recuerda que nada hay más caro que lo gratuito, pues lo que es gratis no se puede devolver con dinero, y quedar en paz, solo se restituye con un favor tan grande como el primero: tu libertad. Te lo repito y así doy por satisfecho los caracteres que me solicita la editorial para dar carpetazo a este texto, y ya de paso refresco tu cabeza en el orden de prioridades: libertad, después libertad, y finalmente libertad. ¿Lo pillas?
Este artículo fue publicado originalmente en La República.