Aunque incluso las economías más pobres del mundo se han enriquecido en las últimas décadas, siguen estando muy por detrás de sus homólogas con mayores ingresos, y la diferencia no disminuye. Según los economistas galardonados con el Premio Nobel de este año, las instituciones son una razón clave. Desde la reconstrucción de Ucrania hasta la regulación de la inteligencia artificial, las consecuencias son tan importantes como trascendentales.
(Foto: Project Syndicate)
El Premio Nobel de Economía de este año se ha concedido a Daron Acemoglu, Simon Johnson y James A. Robinson por mejorar nuestra comprensión de la relación entre instituciones y prosperidad. Las herramientas teóricas de estos académicos para analizar por qué y cuándo cambian las instituciones han mejorado significativamente nuestra capacidad para explicar -y abordar- las enormes diferencias de riqueza entre países.
La incapacidad de los responsables políticos para comprender el funcionamiento de las instituciones quedó patente en Afganistán. Como explicó Acemoglu en 2021, el "humillante colapso" del país y la toma del poder por los talibanes tras la caótica retirada estadounidense reflejaban la idea profundamente equivocada de que un "Estado que funcione" podía ser "impuesto desde arriba por fuerzas extranjeras". Como él y Robinson habían demostrado anteriormente, "este enfoque no tiene sentido cuando tu punto de partida es una sociedad profundamente heterogénea organizada en torno a costumbres y normas locales, donde las instituciones estatales han estado ausentes o deterioradas durante mucho tiempo."
Los líderes no deben cometer los mismos errores durante la reconstrucción de Ucrania. Como observaron Acemoglu y Robinson en 2019, tras el colapso del comunismo, el país "quedó atrapado por instituciones cleptocráticas que engendraron una cultura de corrupción y destruyeron la confianza pública." Si el país quiere prosperar después de que termine la guerra actual, tendrá que evitar una restauración de arriba hacia abajo de las "instituciones extractivas" del pasado, y en su lugar involucrar a la sociedad civil para "construir mejores instituciones" desde la base.
Acemoglu y Johnson han argumentado que una mejor comprensión de las instituciones también debería guiar la política estadounidense hacia China. Aunque el auge de las manufacturas chinas parecía un ejemplo perfecto de la famosa "ley de la ventaja comparativa" del economista del siglo XIX David Ricardo, China siempre debió esa ventaja a unas instituciones represivas. Así pues, lejos de mejorar la situación de todos, como supone la ley de Ricardo, el poderío económico de China "amenaza la estabilidad mundial y los intereses de Estados Unidos" de un modo que debe determinar -y, cada vez más, determina- la política estadounidense hacia el país.
Y no se trata sólo de China. Como ha demostrado Acemoglu, "el proyecto de globalización posterior a la Guerra Fría también ha creado las condiciones para el resurgimiento del nacionalismo en todo el mundo", como en Hungría, India, Rusia y Turquía. En este contexto, Occidente debe replantearse su compromiso, tanto económico como político, con estos países.
Las ideas de Ricardo también son pertinentes para los debates sobre la inteligencia artificial, como señalaron Acemoglu y Johnson a principios de este año. Que las máquinas "destruyan o creen puestos de trabajo depende de cómo las utilicemos y de quién tome esas decisiones", escriben, señalando que "hicieron falta grandes reformas políticas para crear una auténtica democracia, legalizar los sindicatos y cambiar la dirección del progreso tecnológico en Gran Bretaña durante la Revolución Industrial". Del mismo modo, construir hoy una IA "pro-trabajadores» requerirá que "cambiemos la dirección de la innovación en la industria tecnológica e introduzcamos nuevas regulaciones e instituciones».
Según Acemoglu, tres principios deben guiar a los responsables políticos. En primer lugar, deben establecerse medidas para ayudar a quienes se ven perjudicados por la "destrucción creativa" que acompaña al progreso tecnológico. Segundo, "no debemos asumir que la disrupción es inevitable". Por ejemplo, en lugar de diseñar y desplegar la IA "sólo pensando en la automatización" -un enfoque que Acemoglu y Johnson han señalado que tendría "consecuencias nefastas para el poder adquisitivo de los estadounidenses"-, deberíamos aprovechar su "inmenso potencial para hacer que los trabajadores sean más productivos". Por último, hay que dejar atrás la era de los innovadores que se mueven rápido y rompen cosas. Es imperativo que "prestemos más atención a cómo la próxima ola de innovación disruptiva podría afectar a nuestras instituciones sociales, democráticas y cívicas".
Este articulo fue originalmente publicado en Ingles por Project Syndicate.