El mito de la brecha salarial-productividad quedó al descubierto hace años.
Crédito de la imagen: *Heritage Foundation
Tanto los economistas como los políticos han alegado, sobre todo en los últimos años, que desde 1973 existe una separación efectiva entre salario y productividad.
Este argumento ha sido abrazado por los políticos mercantilistas, los defensores del dinero duro contra los bancos y los socialistas. Sin embargo, por mucho respaldo universal que reciba un tema de conversación, nunca servirá para justificarlo.
La supuesta brecha salarial y de productividad es, en realidad, un ejemplo de estadísticas defectuosas y sienta un mal precedente de metodología aceptable. En contra de la afirmación de que entre 1979 y 2020, mientras la productividad creció más de un 60%, el salario por hora sólo aumentó un 17.5%, la realidad es que la remuneración total creció a la par que la productividad.
La senadora Elizabeth Warren también afirmó anteriormente que si el salario mínimo hubiera seguido el ritmo de la productividad, estaría en 22 dólares la hora. Esta conclusión se extrae de datos inadecuados, que se muestran a continuación:
Estos datos adolecen de un defecto vital, ya que sólo examinan los salarios por hora y utilizan el IPC para indexar la inflación. En primer lugar, al examinar únicamente los salarios por hora, estos datos sólo examinan una parte de los ingresos totales, que incluyen prestaciones no monetarias como el seguro médico, las pensiones, etc. En 2012 esto representaba más del 20% de los ingresos de los empleados. En segundo lugar, las medidas utilizadas para seguir la inflación y la productividad son incompatibles. La Oficina de Estadísticas Laborales utiliza el Deflactor Implícito de Precios (IPD) para ajustar la productividad a la inflación, que utiliza medidas y bienes y servicios diferentes a los del Índice de Precios de Consumo (IPC).
El Economic Policy Institute ofrece una visión más completa, pero sigue siendo insuficiente. Si tienen en cuenta la remuneración total, incluyendo los salarios y las prestaciones, obtienen una estimación más ajustada:
Como ha señalado la economista Veronique de Rugy, este modelo sigue teniendo numerosos defectos. Aunque el estudio incluye la remuneración total, sólo incluye a los empleados en puestos de producción y no de supervisión. La comparación entre manzanas y naranjas de la retribución de algunos empleados con la productividad de todos los empleados explica aproximadamente el 45% de la diferencia.
Además, esto excluye los métodos de pago "irregulares", como la remuneración basada en el rendimiento. Por ejemplo, a los trabajadores por cuenta propia se les incluye en los datos el aumento de su productividad, pero no se tiene en cuenta el aumento de su salario. Esto representa casi el 12% de la diferencia. Sin embargo, el principal fallo es, de nuevo, el ajuste de la inflación mediante el IPC, que supone cerca del 39% de la diferencia. El IPC no sólo es incompatible con las mediciones del IPD, sino que también tiende a sobreestimar la inflación al no tener en cuenta las respuestas de los consumidores a los cambios de precios, o un "efecto de sustitución". El IPC también sobreestima en gran medida la parte de los ingresos de los consumidores que se gasta en servicios públicos. Esto se debe a que se basa en la Encuesta de Gasto de los Consumidores, que contiene un sesgo de recuerdo.
Una vez corregidas estas comparaciones y sesgos defectuosos, la diferencia es significativamente menor y apenas perceptible. Esto se muestra a continuación;
Aunque pareciera que todavía hay una gran diferencia, esto se debe a la sobreestimación del crecimiento de la productividad por la depreciación. Con una tasa creciente de depreciación del capital, esto significa que se gastará cada vez más en la sustitución de equipos viejos, pero esto no incrementa los ingresos. Si observamos el siguiente gráfico, podemos ver que los subsidios al consumo de capital han aumentado mucho desde 1988:
James Shrek también muestra la creciente depreciación del capital desde 1973:
La inflación de los precios de varios tipos de bienes, como los bienes de inversión, también ocultará la depreciación y la hará aparecer como una parte menor de la economía. Utilizando el IDP para ajustar el PND real y el PIB, se compensa otra parte de la diferencia.
Así, tras tener en cuenta todos los factores relevantes posibles, la diferencia entre la remuneración total y la productividad es escasa o nula, como se muestra a continuación:
El mito de la brecha entre salarios y productividad ha quedado al descubierto. No es, como sugieren los políticos amiguetes, una excusa para intervenir el libre mercado con el fin de diseñar una distribución de la riqueza preferida. Se trata más bien de una interpretación errónea de los datos y de un mito que hay que derribar.
Esta pieza apareció originalmente en FEE