Se habla mucho del duelo ante una pérdida significativa, como la muerte de algún familiar, pero es poco -o nulo- lo que se habla del duelo migratorio. En una publicación de diciembre de 2022 en el Portal del Censo de los Estados Unidos, www.census.gov, se registró que la población de Puerto Rico era de 3,221,789 habitantes, lo que refleja una disminución del 1.3%, o 40,904 personas, entre el 2021 y el 2022. Pero entonces, ¿dónde se encuentra ese 1.3% que abandonó el país?
Puerto Rico tiene excelentes profesionales y recursos humanos con mucho potencial. El problema es la falta de voluntad y liderazgo de quienes tienen el poder de hacer emerger al Puerto Rico que queremos todos, escribe Charleen Martínez Rodríguez. (YOAN VALAT)
Con tristeza puedo decir que yo soy parte de ese 1.3%. En el año 2019 decidí migrar a los Estados Unidos junto a mi esposo en busca de un mejor futuro económico. En ese momento, hubo múltiples factores que aportaron a nuestra decisión, ya que nos convertimos en padres y la situación económica y laboral no nos permitía brindarle a nuestra hija tiempo de calidad y seguridad económica. A pesar de tener empleos estables en Puerto Rico, el ambiente laboral hostil y tóxico que permeaba abonó a tan difícil decisión.
Soy parte de 1.3% que ha experimentado la aculturación y el duelo. El sentimiento de extrañar la familia, desear una comida típica del país, dominar otro idioma, adaptarse a un nuevo clima y ambiente laboral, tiene un impacto significativo en la salud física y emocional del que migra.
En Estados Unidos encontré maravillosas oportunidades, pero nunca he perdido el deseo de volver a mi tierra. Acá, al “otro lado del charco”, he tenido la oportunidad de ser empleada en organizaciones que no requieren experiencia previa. Lugares donde me han valorado, me han hecho sentir parte de la organización y, sobre todo, han valorado que sea una persona bilingüe.
Sin embargo, en un proceso de constante añoranza por regresar a mi país, comencé a buscar oportunidades laborales en Puerto Rico, sin éxito. A mí, como a tantas otras personas, me han negado oportunidades por razones banales como “falta de experiencia”, aún con un doctorado y más de seis años de experiencia laboral en distintas áreas. En Estados Unidos, por el contrario, he sido contratada sin experiencia alguna en el campo solicitado, y además agradecen por haber considerado a esa organización. Son esas razones, unidas a las carencias que se viven en Puerto Rico actualmente, por las que a quienes vivimos en la diáspora se nos hace casi imposible regresar.
La realidad es que la mayoría de los empleos disponibles en la isla carecen de salarios justos, de oportunidades de crecimiento profesional y, sin experiencia laboral o una “pala”, es cuesta arriba obtener alguno de los pocos empleos con remuneración justa. Si se consideran esos factores es fácil entender por qué los médicos migran, y el sistema de salud colapsa o por qué quienes optan por quedarse se deterioran física y emocionalmente.
Puerto Rico tiene excelentes profesionales y recursos humanos con mucho potencial. El problema es la falta de voluntad y liderazgo de quienes tienen el poder de hacer emerger al Puerto Rico que queremos todos. Confío en que algún día no muy lejano mi gente en la isla despierte y reclame lo que les corresponde, para que los que nos fuimos tengamos la oportunidad de regresar a aportar al desarrollo económico, social y político del país.
Por más que insistan y digan: “no vuelvas, esto está malo”, no hay quien convenza a mi corazón de no querer volver a ver un atardecer en Rincón, a comer en Piñones y bañarme en una playa de Isabela. No hay quien pueda quitarme las ganas de regresar a mi isla bella y volver a sentir ese calor inolvidable.
Esta pieza fue originalmente publicada en El Nuevo Dia.