En la vida hay momentos de definiciones. Eso significaba el 2007 para todos nosotros. Cancelaciones repentinas de contratos gubernamentales, el deseo de atender problemáticas de aprendizaje en el seno familiar; todo esto unido a un clima de recesión económica que ya se perfilaba como algo inalterable, nos llevaría a brincar el gran charco, como le llaman algunos.
La inestabilidad es quizás el detonante más importante en lo que atañe a una relocalización. Era menos complicado comenzar desde cero en el estado de la Florida, un lugar que para nada nos era extraño. Fueron numerosas las veces que habíamos podido estar ahí y abundaban los amigos que se habían relocalizado en ese estado buscando una mejor calidad de vida.
Un proceso de quiebra de país, una clase médica en lucha constante por sobrevivir y las menguadas oportunidades, hacen que el país se vaya reduciendo en población y en esperanza. (Creador: Leo Ramirez | Credito: AFP/Getty Images)
Desde la perspectiva profesional y como madre, entendía que en las circunstancias de aquel momento la mejor opción era iniciar un ciclo nuevo, expandiendo las fronteras a nuestros hijos. No fue una decisión fácil; atrás quedaban familiares y vivencias que marcaron nuestras vidas para siempre.
Puerto Rico es el país de la incertidumbre. Nunca se sabe qué va a ocurrir. Vivimos pendiente de un hilo esperando el gran terremoto de cada siglo. El perenne dilema de hacia dónde nos dirigimos nos corta el aliento, como un barco a la deriva que no sabe en cuál puerto seguro atracar.
Un proceso de quiebra de país, una clase médica en lucha constante por sobrevivir y las menguadas oportunidades, hacen que el país se vaya reduciendo en población y en esperanza. Muchos de nuestros colegas dentistas y diversos profesionales de la salud han cruzado los mares buscando ciertamente tranquilidad. El desgaste emocional de luchar contra las aseguradoras y tener que obtener un constante suministro eléctrico hace que un día alguien decida: me voy del país.
Cuando hablo con amigos que han salido de sus respectivos países de origen, veo que todos padecemos de unas experiencias similares. A todos les duele haber abandonado su terruño, pero nadie está muy motivado para regresar. El amor por lo suyo no desaparece, pero la fe y el optimismo los han sembrado en un nuevo lugar donde hacen florecer los sueños familiares.
“Puerto Rico patria mía, la de los blancos almenares, la de los verdes palmares, la de la extensa bahía”, así nos la cantaba José Gautier Benítez desde la distancia en el poema Ausencia. Quién pudiera cerrar los ojos y despertar en un país que no expulsa a los suyos. Quizás un día todos digamos, como Gautier, “por fin, corazón, por fin”.
Esta pieza fue publicada originalmente en El Nuevo Dia.