Paralelismos entre Argentina y Puerto Rico

La elección de Javier Milei como presidente de Argentina ha generado reacciones emotivas y diversas. Desde regocijo al ver a un libertario frenar a la facción peronista del kirchnerismo, hasta preocupación por el ascenso al poder de otra modalidad de populismo con visos extremistas. Lo acontecido en Argentina no sorprende ante la trayectoria del país durante el último siglo y debe servirnos de enseñanza, particularmente a los puertorriqueños.

Argentina tiene una gran extensión territorial, abundantes recursos naturales, tierras fértiles, un sector ganadero poderoso, un enorme potencial en energías renovables y servicios de alta tecnología. Puede decirse que lo ha tenido y lo tiene todo. Increíblemente, su historia en los últimos cien años muestra el relato trágico de una sociedad repleta de oportunidades que optó por echarse a perder.

Al ver el comportamiento de nuestras tres ramas de gobierno y las actuaciones de todos los partidos políticos, incluyendo los emergentes, hay que concluir que, como Argentina, no aprendemos, de acuerdo con Carlos E. Díaz Olivo. En la foto, Javier Milei. (Natacha Pisarenko)

En los inicios del siglo pasado, a Argentina se le conocía como el granero del mundo por su enorme exportación de productos agrícolas. A su capital, por su arquitectura europea, se le llamaba la París de América del Sur. Su nivel de vida comparaba con el de Estados Unidos y superaba a los países europeos, con excepción del Reino Unido. Esa posición privilegiada fue desapareciendo según el país se alejaba de las prácticas liberales que generaron su progreso, atraído por la ideología del fascismo italiano. Comenzó así lo que se ha denominado los 100 años de decadencia, en los que se dice que Argentina “evolucionó” de un país desarrollado a estar en vías de desarrollo.

Aunque otros factores externos e internos intervinieron, el descenso económico argentino derivó principalmente del desorden en el gasto público, las prácticas proteccionistas y los excesos regulatorios. Este patrón de irresponsabilidad en el manejo de las finanzas públicas se institucionalizó a mediados de la década de 1940 con el peronismo.

Juan Domingo Perón aumentó a niveles extraordinarios el gasto social, sin contar con la capacidad de financiarlo. La práctica de gastar más de lo poseído incrementó con los gobiernos posteriores. La acción consuetudinaria fue emitir más dinero y endeudarse. Así, a Argentina se lo tragó la inflación y el endeudamiento público. El nivel de la inflación ronda hoy el 140%. Esto significa que el dinero que con dificultad genera el ciudadano se le evaporiza y no puede ahorrar, algo indispensable para la inversión. Cuando se tiene todo esto en perspectiva, se comprende que en la elección del domingo pasado pasó lo que acontece con los pueblos en desespero: concluyen que nada puede ser peor de lo que tienen.

El paralelismo de la trayectoria argentina con la de Puerto Rico es patente. Sin contar con el caudal de recursos de Argentina, igual hicimos costumbre gastar más de lo que teníamos. La deficiencia presupuestaria se cubrió con la imposición de mayores tributos y mediante la emisión de deuda. Como se continuó gastando irresponsablemente, irresponsablemente continuamos endeudándonos, hasta que quebramos.

Durante ese curso temerario, nos convencimos de que era necesario seguir gastando para atender las necesidades de una población con un componente significativo afectado por pobreza y desigualdad. Pero la limitación económica y la desigualdad no se redujeron, al menos como deberían. Un gobierno más grande, más intervencionista, proteccionista y gastador no significa que es más efectivo en reducir la desigualdad. Sin aumentar la capacidad y libertad de crear riqueza, no hay nada adicional que repartir y, por el contrario, con el endeudamiento y la sobre tributación se disminuyen las posibilidades de generar riqueza y progreso futuro.

Al ver el comportamiento de nuestras tres ramas de gobierno y las actuaciones de todos los partidos políticos, incluyendo los emergentes, hay que concluir que, como Argentina, no aprendemos. Lo más frustrante es que, desde la perspectiva de sana administración gubernamental, la Junta de Supervisión Fiscal está mejor orientada en lo que debe ser una gerencia pública sensata y responsable, aunque nos moleste e indigne por su condición de organismo impuesto y colonial y por su enfoque de cuadre obtuso de débitos y créditos. ¡Puede haber humillación peor!

Este articulo de opinión fue publicado originalmente en El Nuevo Dia.

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