Las implicaciones de una jornada laboral de cuatro días

La senadora Ana Irma Rivera Lassén ha propuesto para los empleados públicos una jornada laboral de cuatro días, sin reducción de salario. Se aduce que la medida incrementará la productividad y mejorará la calidad de vida. Por ser iniciativa de una legisladora seria, con trayectoria intachable, la propuesta merece justa consideración.

El arreglo promovido condensa en cuatro días la semana de actividad laboral vigente, de cinco días. El cambio supone producir en 32 horas lo que se hace en 40. En el siglo pasado, la jornada laboral se fijó en cinco días y 40 horas semanales de trabajo presencial. El arreglo procuraba el aprovechamiento de la luz natural y atendía la necesidad de agregar en un mismo espacio físico al capital humano indispensable para la producción. Los avances tecnológicos hacen posible hoy la continuación ininterrumpida de labores a toda hora. Además, la automatización permite efectuar trabajos en menos tiempo y a distancia. Las formas viejas de trabajar se han tornado obsoletas, por lo que se argumenta que es posible hacer en cuatro días, lo que se hacía en cinco.

La propuesta de Rivera Lassén mantiene intactos los sueldos, aun cuando los empleados públicos trabajen un día menos por semana. La ejecución práctica de esta propuesta genera problemas. Los ciudadanos se quejan constantemente de que las agencias no cuentan con recursos humanos para atender los reclamos de servicios. Si a los empleados se les excusa de un día de labor, el gobierno tendrá que reclutar nuevas personas para continuar con el ofrecimiento regular de servicios. Esto conllevará costos adicionales para los cuales el Estado no cuenta con fuentes de ingresos. Por ello, la Junta de Supervisión Fiscal, que tiene autoridad final sobre los asuntos presupuestarios, no avalará el cambio.

La propuesta de Rivera Lassén mantiene intactos los sueldos, aun cuando los empleados públicos trabajen un día menos por semana. La ejecución práctica de esta propuesta genera problemas, escribe Carlos Díaz Olivo (El Nuevo Día)

La iniciativa confronta problemas, de extenderse al sector privado. Si una empresa no es capaz de generar en cuatro días su producción actual a costos similares o menores, el cambio es inviable. A modo de ejemplo, en el caso de hospitales y restaurantes, la actividad no puede detenerse por lo que estas empresas tendrán que contratar nuevos empleados para cubrir los turnos que quedan desatendidos. Esto incrementará los costos operacionales y los precios al consumidor. Además, cuando la labor requiere esfuerzos intelectuales no comprimibles en tiempo, el empleado tendrá que sobrecargarse para producir lo mismo en menos días. En tal situación, la jornada de cuatro días le obligará a continuar trabajando desde la casa para no reducir su productividad.

Si como se propone, la reducción de la jornada no conllevará una reducción en la paga de los empleados, aun cuando no hay garantía de la constancia en su productividad, la sociedad en general perderá. Al regalarse un día de trabajo, se desalienta el esfuerzo productivo, elemento fundamental en toda sociedad. El mensaje que se transmite es que trabajar, ser productivos y esforzarnos por dar el máximo, no es meritorio. La adopción de tal noción entrona como modelo social pasividad, conformismo y mediocridad. Una persona activa que utiliza su potencial sin reservas es un ser conforme consigo, pues satisfizo el estándar máximo de excelencia, que es aquel que uno se impone. Al así obrar, la persona mantiene su mente y cuerpo activo y solidifica su salud mental y física.
La experiencia con la pandemia del COVID-19 mostró las complicaciones que acarrea el ocio. La interacción obligada que conllevó en el entorno familiar generó tensiones entre parejas, padres, hermanos, hijos y vecinos. Salir del hogar e interactuar en un ambiente de trabajo brinda respiro a la rutina hogareña y ofrece oportunidades de crecimiento profesional mediante el desarrollo de redes interpersonales que de otra manera no serían posibles. Está comprobado, además, que las personas más efectivas en uso del tiempo son aquellas con más trabajo y responsabilidades.

Lo expuesto no resta mérito a la inquietud de la senadora Rivera Lassén de repensar los arreglos sociales para buscar nuevos acomodos de desarrollo laboral. Simplemente, debemos estar conscientes de sus implicaciones y velar por no desestimular el trabajo como instrumento para el desarrollo individual y la generación de riqueza social. Si no se generan nuevos recursos mediante el trabajo productivo constante, nada existe para repartir entre los más necesitados.

Este articulo de opinión fue publicado originalmente en El Nuevo Dia.

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