En su libro “El malestar en la globalización”, el ganador del Premio Nobel de Economía reproduce todos los lugares comunes y falacias en torno al mercado libre.
Joseph Stiglitz, profesor de economía de la Universidad de Columbia, gesticula mientras habla durante una sesión del tercer día del Foro Económico Mundial (FEM) en Davos, Suiza. (Bloomberg)
Dada la visita del Premio Nobel en Economía Joseph Stiglitz a nuestro país, hago un resumen apretado de su libro El malestar en la globalización traducido al castellano y publicado por Taurus en 2002. En sus 348 páginas se encuentra un buen compendio de todos los lugares comunes y falacias en torno al mercado libre.
La obra se compone de nueve capítulos y abre con un prólogo donde de entrada confiesa que comprobó “de primera mano el efecto devastador que la globalización puede tener sobre los países en desarrollo y especialmente sobre los pobres de esos países”. Dice que sí pero no en el sentido de que la eliminación de barreras puede ser benéfica en teoría pero no lo es en la práctica. Esto es así debido “a las asimetrías, como las diferencias en la información entre trabajador y empleador, prestamista y prestatario, asegurador y asegurado.”
Es inaudita pero muy frecuente esta conclusión. Precisamente la asimetría en la información, es decir, las diferentes informaciones de las partes contratantes es la razón de ser de las transacciones: apreciaciones idénticas e información igual anularía el intercambio. Valorar de distinto modo un bien o servicio entre los participantes en el comercio es el motivo por el cual resulta atractivo el comercio que tiene lugar por las muy diferentes partes debido a sus desigualdades que, a su vez, dan lugar a la división del trabajo y la consecuente cooperación social.
Pero Stigliz condena las desigualdades en lugar de percatarse de la bendición que significan, de lo contrario si a todos los hombres les gustara la misma mujer o si todos quisieran ser médicos y no habría panderos la sociedad se desplomaría. Hasta la conversación sería de un tedio insoportable puesto que resultaría igual que la parla con el espejo. Por otra parte, las desigualdades de rentas y patrimonios en una sociedad libre remiten a premios y castigos por servir o no las necesidades del prójimo. En este contexto el cuadro de resultados marca las pautas: lo que aciertan obtienen ganancias y los que yerran incurren en quebrantos. Sin embargo, este autor condena “las desigualdades del sistema comercial mundial” por lo que “los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres” a contramano de lo que en verdad ocurre donde no hay prebendarios que explotan a la gente en alianza con gobiernos autoritarios. Sin embargo, este autor reitera que es falaz y “anticuado el supuesto que los mercados generan por sí mismos resultados eficientes” pues están basados “en los fallos de mercado” sin que se haya tomado la molestia de explorar todas las contribuciones y refutaciones en torno a las externalidades, los bienes públicos, el dilema del prisionero, la antes condensada asimetría de la información, el teorema Kaldor-Hicks y el equilibrio Nash.
En este plano el Nobel de marras hace la apología de la “justicia social” que como se sabe tiene dos acepciones, una que se traduce en una redundancia grosera puesto que la justicia no es mineral, vegetal o animal es necesariamente social, pero la interpretación más generalizada es la que va contra la definición clásica de “dar a cada uno lo suyo” para en su lugar sacarles a unos lo que les pertenece para entregarlos coactivamente a otros. Con razón otro premio Nobel en economía, Friedrich Hayek, ha sostenido que el adjetivo social unido a cualquier sustantivo lo convierte en su antónimo: derechos sociales, constitucionalismo social, justicia social y equivalentes.
La emprende con que la ayuda externa tipo el FMI “ha beneficiado a millones de personas” en lugar de patrocinar la liquidación de esa entidad nefasta que se financia con el fruto del trabajo ajeno detraído compulsivamente de los bolsillos de contribuyentes de distintos países para solventar a gobiernos fallidos… cuando no corruptos. Por todo esto es que Joseph Stiglitz concluye que “la economía de mercado se ha revelado incluso mucho peor de lo que habían predicho los dirigentes comunistas.”
No podía faltar en este libro la alabanza al mayor patrocinador de la inflación de todos los tiempos: John Maynard Keynes que dice “planteó una explicación simple y un conjunto correspondientemente sencillo de prescripciones” sin atender a lo que el mismo Keynes había escrito en el prólogo a la edición alemana -en 1936, en plena época nazi- en su libro más conocido: “La teoría de la producción global que es la meta del presente libro, puede aplicarse mucho más fácilmente a las condiciones de un Estado totalitario que a la producción y distribución de un determinado volumen de bienes obtenido en condiciones de libre concurrencia”. A confesión de parte, relevo de prueba.
Por supuesto que en este libro era natural que se ponderara “La reforma agraria, adecuadamente implantada” (sic) y “los peligros de la liberalización de los mercados de capitales” pero para cerrar esta nota telegráfica señaló lo que estimo es el error más profundo de formación del profesor Stiglitz que una y otra vez aparece en el texto que estamos considerando y alude a que “el sistema de mercado requiere competencia e información perfecta”. Nada más lejos que la realidad, el mercado libre en modo alguno implica información perfecta que solo está en la mente de profesores de entrenamiento neoclásico que han distorsionado por completo la comprensión de la economía. Tal como se ha puntualizado en reiteradas ocasiones la llamada competencia perfecta es una contradicción en los términos puesto que se traduce en ausencia de competencia ya que si los agentes tuvieran toda la información relevante no habría posibilidad de arbitraje que éste significa la conjetura que los costos están subvaluados en términos de los precios finales. Estos modelitos han desfigurado por completo el proceso de mercado introduciendo equilibrios que no son tales.
En este sentido es del caso referir a dos de las figuras que han sido las más representativas de aquella tradición distorsionada y que se han rectificado: Mark Blaug y John Hicks. El primero escribe en Appraising Economic Theories que “Los Austríacos [se refiere a la Escuela Austríaca] modernos van más lejos y señalan que el enfoque walrasiano al problema del equilibrio a los mercados es un cul de sac, si queremos entender el proceso de la competencia más bien que el equilibrio final tenemos que comenzar por descartar aquellos razonamientos estáticos implícitos en la teoría walrasiana. He llegado lentamente y a disgusto a la conclusión de que ellos están en lo correcto y que todos nosotros hemos estado equivocados”. El segundo consigna en Capital y tiempo que “he manifestado la afiliación Austríaca de mis ideas, el tributo a Böhm- Bawerk y a sus seguidores es un tributo que me enorgullece hacer. Yo estoy dentro de su línea, es más, comprobé, según hacía mi trabajo que era una tradición más amplia y extensa de lo que al principio parecía”.
Hay otro caso sonado que es del caso aunque más no sea mencionar muy al paso ya que acompañaron en su visita a gobernantes actuales en nuestras tierras representantes de la CEPAL inspirada por el personaje a que nos referimos. Se trata de la autobiografía intelectual de Raul Prebisch titulada Capitalismo periférico por quien probablemente haya sido el economista que más ha influido negativamente en América latina, quien pone de relieve el salto lógico de los modelos referidos al intervencionismo estatal, esquema en definitiva aprendido en sus estudios de una economía desfigurada pero desafortunadamente muy difundida aun hoy en no pocas aulas universitarias.
Esta pieza fue originalmente publicada en infobae.