La trayectoria de la política pública en Puerto Rico revela una arraigada confianza en el gobierno como remedio para todos los problemas sociales, escribe Ojel Rodríguez Burgos.
El paradigma imperante en la política puertorriqueña, ve al gobierno como la solución a todas las imperfecciones o males de la sociedad, escribe Ojel Rodríguez Burgos. Foto por: Xavier Araújo | GFR Media xavier.araujo@gfrmedia.com Xavier Araujo (Xavier Araújo)
A pesar de la alternancia entre los dos principales partidos en el poder, la política pública y la acción política en Puerto Rico han seguido una trayectoria constante durante décadas. Esta tendencia parece inmutable, incluso al examinar las propuestas emergentes de la fuerza política más grande en oposición al bipartidismo en la Isla, la Alianza.
Este fenómeno no debería sorprendernos, pues los actores políticos en Puerto Rico han estado dominados por un paradigma simple para la acción política: para cualquier problema, existe una solución por parte del gobierno.
Este paradigma domina la política puertorriqueña, que ve al gobierno como la solución a todas las imperfecciones o males de la sociedad. Es un paradigma que tenemos que cambiar, si queremos que Puerto Rico sea una sociedad próspera. Este cambio debe empezar a nivel teórico, reconociendo que vivimos en una asociación civil de individualistas, en la que perseguimos nuestra felicidad e identidad moral dentro de un Estado de derecho.
La trayectoria de la política pública en Puerto Rico revela una arraigada confianza en el gobierno como remedio para todos los problemas sociales, escribe Ojel Rodríguez Burgos.
Y, luego, en la modalidad práctica, en la cual ocurre la conversación de la política, se requiere un nuevo paradigma que gobierne el análisis sobre la acción política legítima. Este nuevo paradigma comienza con identificar el problema. La conducta política en la isla está dominada por el impulso de perfeccionar la sociedad y salvar a los puertorriqueños de todos los males. Esto nos ha mantenido atrapados en el paradigma simplista mencionado antes, donde grandes áreas de la conducta humana puertorriqueña se ve politizada.
Para cambiar este panorama, es crucial adoptar una visión de la vida moderna como una aventura donde tanto las victorias como los fracasos son inevitables debido a nuestra condición humana falible. Además, se requiere adoptar una definición limitada de “la política”, donde gobernar no signifique salvar al mundo, sino más bien la conversación sobre cuál debe ser el Estado de derecho dentro del cual los individuos interactúan en la sociedad.
El segundo paso en este nuevo paradigma es determinar si el problema proviene de la acción o inacción gubernamental. Si la conducta política en Puerto Rico ha respondido a cada problema con intervenciones gubernamentales, es claro que muchos de nuestros problemas surgen de intervenciones equivocadas en la conducta humana. Por lo tanto, si el problema es resultado de la acción gubernamental, la respuesta política adecuada sería limitar dicha intervención y confiar en la capacidad de los puertorriqueños para gestionar sus propios asuntos.
Finalmente, si el problema surge de la inacción gubernamental, el gobierno debe actuar. Esta acción política debe alinearse con la visión limitada de “la política” y ser suficientemente robusta para proteger el individualismo, pero sin comprometerlo.
Además, el actor político debe guiarse, aunque no exclusivamente, por principios de prudencia respaldados por filósofos como David Hume, reconociendo la complejidad, diversidad y riqueza de la conducta humana.
La trayectoria de la política pública en Puerto Rico revela una arraigada confianza en el gobierno como remedio para todos los problemas sociales. Sin embargo, cambiar este paradigma por uno que abogue por una política limitada, realista y prudente, donde el gobierno intervenga solo cuando sea indispensable, representa un paso crucial hacia el tipo de política pública que Puerto Rico requiere.
Esta pieza fue publicada originalmente en El Nuevo Dia.