Vivimos momentos decisivos que definirán muchas cosas con efectos trascendentales para nuestro futuro. Amplios sectores aún no se percatan, porque diariamente lo sustantivo compite con el último escándalo o el chisme del día, y gradualmente lo importante pasa a un segundo plano.
Dentro de ese continuo choque de prioridades coexiste otro gran debate sobre cuál ideología económica fundamentaremos nuestro proceso de recuperación a mediano y largo plazo.
Por un lado, persiste la tentación de seguir atados al viejo modelo, en el cual la clase política mercadea los beneficios de que el gobierno es la solución para todos los males del país (populismo) o el reto de construir una sociedad fundamentada en el trabajo, el ahorro, la inversión y la iniciativa privada (empresarismo).
El sistema educativo tiene que cambiar su paradigma de promover una sociedad de empleados y asalariados hacia una mentalidad de empresarios y creadores de riqueza, escribe Gustavo Vélez (Ramón "Tonito" Zayas).
El populismo y la quiebra del gobierno
Aunque no nos percatemos, diariamente estamos sumergidos en un gran debate en torno a las dos rutas anteriormente descritas, y el populismo parece llevar la delantera.
Por décadas, fuimos sido programados social y económicamente para depender del estado. Desde Rexford Tugwell y Luis Muñoz Marín, los arquitectos del estado moderno (1948–1973), el gobierno se convirtió en el epicentro de nuestras vidas.
En su gesta populista y revolución social de los años 40 y 50, Muñoz Marín, repartió parcelas a los pobres y le dio zapatos a los desposeídos en los campos, pero en el camino creó las condiciones para instituir el populismo y hacernos dependientes del Estado.
El gobierno se ha posicionado como ese “buen” papá, y gran benefactor que nos tiene que proveer todo, desde la educación, salud, seguridad, empleo, y beneficios sociales para mitigar la pobreza. Los políticos que han administrado el gobierno descubrieron que era fácil usar los recursos públicos para comprar votos, y favorecer a los suyos, para perpetuarse en el poder, creando así un peligroso círculo vicioso que nos precipitó a la insolvencia y el estancamiento económico.
Ese mismo gobierno se endeudó sin límites para tratar de sostener el nivel de gastos y mantener su rol de gran proveedor de empleos, financiando los intereses de todos los que de alguna manera dependían de él.
Y en ese interés que violentaba los principios más básicos de las finanzas públicas, el Estado Libre Asociado (ELA) entró en quiebra en 2017.
Ya sabemos los resultados del populismo decadente y desacreditado en Puerto Rico y su incapacidad para producir una economía sostenible y vibrante a largo plazo. Sin embargo, sin haber sellado en papel, la salida del gobierno de la quiebra, el populismo continúa vivo y coleando en la narrativa de los políticos de turno.
El empresarismo como opción
Ante el fracaso del Estado y con ella la capacidad para financiar las medidas populistas, no queda otra ruta que no sea construir una sociedad y una economía fundamentada en el empresarismo y la iniciativa empresarial. La libertad individual y la promoción del esfuerzo propio como principios rectores de un nuevo modelo socioeconómico supone toda una reingeniería del pensamiento prevaleciente durante la segunda mitad del siglo 20 y lo que va del siglo 21.
Para comenzar la nueva ruta el gobierno tiene que reconceptualizar su misión en nuestras vidas y enfocarse en ser un facilitador de la iniciativa privada y crear las condiciones para que germine el empresarismo y los empresarios sean los pilares del crecimiento económico. En segunda instancia, el sistema educativo tiene que cambiar su paradigma de promover una sociedad de empleados y asalariados hacia una mentalidad de empresarios y creadores de riqueza. Las escuelas públicas y privadas deben cambiar sus currículos hacia esa misión.
En tercera instancia, hay que cambiar la visión y la narrativa de ver el empresarismo como una expresión de egoísmo, sino como la máxima expresión de la libertad del ser humano a construir cosas nuevas, y crear riqueza.
Por último, y quizás más importante, los empresarios deben salir de las gradas y asumir un rol más protagónico en el quehacer social y cotidiano de Puerto Rico. La clase empresarial puertorriqueña debe conectarse al pueblo y convocarlo hacia a un nuevo viaje de cambios, y construcción de un nuevo proyecto social y económico, en el cual todos tengamos un rol y todos ganemos.
Esta pieza apareció originalmente en El Nuevo Dia