
Me gradué de una universidad en la Isla, pero me vi obligada a buscar otro lugar donde ejercer mi profesión sin tantas trabas: un sitio donde se valore mi preparación, mi deseo de servir, y donde los procesos gubernamentales no sean una carrera de obstáculos. (Foto: Suministrada)
Al gobierno que pueda interesar…
Comienzo esta columna con una dolorosa ilusión: ojalá al Gobierno de Puerto Rico le interesara realmente el bienestar de su gente. Soy trabajadora social clínica por vocación y formación. Me gradué de una universidad en la Isla, pero me vi obligada a buscar otro lugar donde ejercer mi profesión sin tantas trabas: un sitio donde se valore mi preparación, mi deseo de servir, y donde los procesos gubernamentales no sean una carrera de obstáculos.
Hace unas semanas compartí en redes sociales una experiencia que se volvió viral: el contraste abismal entre abrir una agencia de salud mental en Puerto Rico y hacerlo en Orlando, Florida. Lo que para algunos pudo parecer una queja más, para miles de personas fue un reflejo de su propia realidad. Me sorprendió la cantidad de ciudadanos que se sintieron identificados. No soy la única. Somos muchos los que queremos aportar, pero encontramos más barreras que puentes.
Mi objetivo era establecer un centro de salud mental que ofreciera servicios a las comunidades más vulnerables de Puerto Rico. No deseaba subsidios, ni favores, ni tratos preferenciales. Solo requería lo esencial para operar legalmente: permisos, licencias y acceso a información clara. Pero, en mi isla, esos procesos son laberínticos, tardíos y, muchas veces, están condicionados a quién conoces o cuánto estás dispuesto a esperar (o a ceder).
En contraste, en Orlando todo fluyó con una rapidez y eficiencia que me hizo sentir vergüenza ajena. Tres semanas. Eso fue lo que tomó recibir la aprobación del condado, tras una inspección de la ciudad y de los bomberos. Toda la gestión se realizó mediante plataformas gubernamentales digitales. Toda la comunicación fue efectiva, clara, humana. No hubo que ir personalmente a oficinas que cierran a cierta hora ni esperar semanas por una respuesta. Fue un proceso digno de un país que quiere que su gente prospere.
Y aquí estoy, escribiendo desde Florida, con una mezcla de alegría y tristeza. Alegría por saber que podré seguir ejerciendo, brindando apoyo a quienes lo necesitan y expandiéndome. Tristeza porque no será en Puerto Rico, donde más falta hace. Donde miles de ciudadanos luchan diariamente contra problemas de salud mental sin suficientes recursos, sin acceso y, muchas veces, sin esperanza.
¿Qué pasa en Puerto Rico que desanima a quien quiere emprender con honestidad? ¿Por qué el sistema favorece al que tiene influencias y pone obstáculos al que solo tiene voluntad? Somos muchos los que venimos “de abajo”, los que hemos trabajado duro por lo que tenemos. Y también somos quienes más difícil la tenemos para lograr que nuestra voz y nuestro servicio cuenten.
No escribo esto como una queja vacía, sino con compromiso. Porque sigo siendo puertorriqueña. Porque mi vocación sigue viva. Porque sé que hay otros como yo: profesionales preparados, con propuestas valiosas que se quedan en el aire por la falta de voluntad institucional.
A ti, lector, te comparto esta historia no para inspirarte lástima, sino para que sepas que aún hay jóvenes luchando por el bienestar colectivo. Que el empoderamiento verdadero sí existe, aunque no se haga viral. Que todavía hay quienes creen que Puerto Rico puede lograr más, siempre que se decida eliminar la burocracia como arma de exclusión y se empiece a valorar a quienes quieren construir desde la raíz.
Mi sueño era hacerlo en Puerto Rico. Pero no me dejaron. Aun así, seguiré alzando mi voz, porque lo que duele, no se calla.
Coralis Calderon es presidenta de Constellation Support Services, LLC, empresa con oficinas en Orlando y DeBary, Florida, que brinda servicios centrado en la persona, abordando los problemas derivados de su salud mental. Coralis tiene una Maestría en Administración de Empresas en la Universidad Interamericana de Puerto Rico y una Maestría en Trabajo Social-Clínico y un Bachillerato en Trabajo Social de la Universidad Ana G. Méndez en Puerto Rico.