El PAN en bloque, con mantequilla

¿Puede sobrevivir ningún plebiscito de status o decisión política trascendental en torno al futuro de Puerto Rico, si no se le da un giro a los estándares de productividad en la Isla?

Ya empiezan a colarse las agoreras disquisiciones en torno a lo que representaría la transición del programa del PAN, por el cual Puerto Rico recibe $2,500 millones en bloque, que benefician a más de un millón de personas, a lo que sería el llamado SNAP, que es el sistema que prevalece en Estados Unidos y sus territorios, gracias al cual se vería un aumento sustancial en las ayudas, pero con una condición: las personas entre 16 y 59 años, sin dependientes y hábiles para trabajar, tendrán que hacerlo, aunque sea a tiempo parcial.

The PAN in block

Si a ese grupo de beneficiarios jóvenes se les empieza a poner en bandeja de plata la justificación de que el trabajo está mal pago y no tendrán oportunidad de ascenso, pues mejor no cambien nada. Dejen el PAN como está, en bloque, escribe Mayra Montero. (Marta Lavandier)

¿Es eso tan monstruoso, tan inusitado, tan ofensivo a la dignidad de esas personas que, o bien no hacen nada y viven de las ayudas, con alguna faenita de tanto en tanto, o bien se las buscan por su cuenta, cotidianamente, cobrando en efectivo y evadiendo impuestos?

Toda esa gente que sí trabaja en un taller o en labores diversas de la economía sumergida, al final del día, estadísticamente, va a engrosar las filas de los llamados “niveles de pobreza”, porque claro, al alegar que no trabajan y que no llevan un salario al hogar, donde seguramente hay una composición familiar diversa que tampoco declara actividad laboral alguna, de inmediato es incluida en la población que vive bajo el umbral de la miseria, cuando no es así.

Lo último que se ha dicho al respecto de la transición del PAN al SNAP es que los beneficiarios podrían verse obligados a trabajar en “sectores mal remunerados y sin posibilidad de ascenso”.

Que yo sepa, trabajarían en sectores donde se paga al menos el salario mínimo.

En cuanto a las posibilidades de ascenso, no conozco un solo trabajo en el que no exista la posibilidad de progresar, porque eso, la mayoría de las veces, es parte del carácter, de la vocación y el empuje. Otra cosa es que haya empleados que no tengan interés en asumir responsabilidades mayores, por cuestiones familiares o de otra índole. Yo misma nunca aspiré a ocupar puestos de responsabilidad en las agencias de publicidad en las que me emplearon, solo quería un salario para sostenerme y dedicar el tiempo libre a lo que me importaba, que era escribir libros. De otro lado también hay gente que no tiene la capacidad o la ambición de convertirse en capataz, gerente o jefe de brigada. Eso ocurre en todos los países del mundo.

Lo importante, en todo caso, es ser útil. Y lo que fomenta el PAN, en hombres y mujeres en edad laboral, saludables (o con algún achaque menor) y sin dependientes, es la inutilidad. No hay partido ni formación política que no trate de matizar esta realidad, justificando a los que se oponen a la transición de un sistema al otro, por la sencilla razón de que no ha de ser un cambio simpático. Atar el beneficio al trabajo, para los que solo piensan en el voto, es un dolor de cabeza. Entonces, si esa va a ser la actitud —no se puede hablar de austeridad, no se puede hablar de sacrificio, no se puede hablar de condicionar el subsidio— olvidarse de ninguna forma de soberanía, y de cualquier salto a la estadidad. Ninguna metrópoli ha garantizado jamás subsidios multimillonarios por largos años luego de soltar su colonia. Puede ofrecer mejores intercambios comerciales y otros privilegios, pero, ¿subsidios en bloque por una década? Ni soñarlo. Menos en estos tiempos de reordenamiento geopolítico y cambio climático. El que se fíe de ese cuento de los diez años de ayudas, es porque como dice el refrán, Dios ciega lo que quiere perder. En cuanto a la estadidad, en este punto particular del PAN y el SNAP, obligaría al territorio a entrar por el aro en el sistema con el que comulgan todos.

Esta semana, a las puertas de una conocida heladería, vi un letrero solicitando empleados. Pagan $8.50 la hora y prometen oportunidades de crecimiento, bono de Navidad, vacaciones y días por enfermedad, flexibilidad de horarios y helado gratis (una pinta), una vez a la semana, más el café que allí es muy bueno. ¿Que me van a decir, que en Estados Unidos, en la misma heladería, pagan $15, y por eso funciona el SNAP? La eterna cantaleta de la comparanza. Pues muy bien, entonces seamos Estados Unidos.

Hay sectores que alegan que con $8.50 la hora no se puede vivir. Pero una persona joven, sin dependientes, apta para el trabajo, gana menos haciendo nada. Y no me refiero al dinero; me refiero, una vez más, a la formación moral que solo da el trabajo, que por cierto es consustancial a la formación política, y que mueve los resortes necesarios para que los seres humanos se valoren, se crezcan y adquieran una ética que no se consigue mirando las musarañas.

Si a ese grupo de beneficiarios jóvenes se les empieza a poner en bandeja de plata la justificación de que el trabajo en una finca, en una fábrica, en una ferretería, en un pequeño negocio como una farmacia de la comunidad, está mal pago y no tendrán oportunidad de ascenso, pues mejor no cambien nada. Dejen el PAN como está, en bloque, y si pueden úntenlo con mantequilla.

Esta pieza fue originalmente publicada en El Nuevo Dia

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